Un mundo "a lo fácil". ¿Para qué emprender un viaje interior, espiritual y lleno de obstáculos a superar..., si basta con leer un librito de "superación personal" y mirarse ante el espejo y declarar "soy una persona maravillosa"? ¿Para qué buscar dentro de sí mismo las estrategias para ser felices en pareja..., si basta con pintar de verde la pared de la izquierda para atraer la buena suerte? ¿Para qué revisar la manera en que vivimos y encontrar insatisfacciones que reclamen nuestra creatividad..., si basta con escuchar un "iluminado" en un auditorio y luego repetir lo mismo, sólo repetir? Finalmente, ¿para qué debo arriesgarme a despertarme de mi letargo y esforzarme por vivir responsablemente mi vida..., si basta con tomar el medicamento milagroso de moda, o golpear un cojín por lo mal que me ha ido, o vestirme de blanco y exorcizar los malos espíritus con piedras, rituales y cartas mágicas?
No hablo aquí de la veracidad de los conocimientos, sino de nuestra actitud ante ellos. Una gran verdad que yo he conocido es que saber no es cambiar; para transformarnos, se necesita más que una postura intelectual o mágica ante lo que conocemos. La transformación total, ésta a lo que llamo el viaje interior, se consigue con el paso del tiempo. Si alguien quisiera vivir a un mismo tiempo la primavera, el verano, el otoño y el invierno, no lo conseguiría... sencillamente porque así lo quiso la sabiduría divina. Para cada cosa existe un tiempo, y en este camino espiritual también.
Como dije anteriormente, las vueltas que demos por este viaje interior dependen del nivel de realización del viajero: unas vueltas para conocerse (nivel psicológico), otras vueltas para conectar con los demás (nivel transpersonal), y otras vueltas más para realizar y manifestar la Unidad de lo divino (nivel trascendental o espiritual). En otras palabras, el viaje interior consiste en caminar gradualmente hacia el conocimiento hasta llegar a la más alta de sus formas: conocimiento que ilumina.
Para entender esto más claramente, tomemos el fuego como símbolo de la Verdad (ya que conocer es llegar a la verdad). Hay quien llega al conocimiento de la verdad, que es conocer el fuego luego de que alguien nos ha hablado de él; hay quien llega a la visión de la verdad, que es conocer el fuego a través de ver la luz de sus llamas; y hay quien llega al gozo de la verdad, que es conocer el fuego al haber sido consumido por él.
Por una parte, podemos conseguir el conocimiento de la verdad, de nosotros mismos y del mundo, a través de teorías psicológicas y doctrinas espirituales (lo que forma el "cuerpo" del conocimiento). Y, por otra parte, llegamos a la visión del conocimiento a través de la práctica de lo aprendido, de los métodos y estrategias vividas cotidianamente (lo que el forma el "alma" del conocimiento), que llevan al gozo de la verdad, al "espíritu" o esencia que habita en cada uno de nosotros.
Entender esta metáfora visual del viaje (circunferencia, radio y centro) nos deja en claro que, a menos que realicemos la práctica cotidiana de aquello que hemos conocido, a menos que nos despertemos y hagamos de la vida una realidad, será difícil la transformación que se pretende sólo por saber la teoría. Salir del letargo y despertarse es tomar conciencia y hacernos presentes en nuestra vida; éste es el primer paso en el viaje interior.
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